ImaGine SolidaRidad. José Saramago


Hace casi dos años que edité este post. Hoy las circunstancias me han hecho volver a recordarlo. Habría mucho que hablar sobre este gran persona, pero es tanto que la extensión en el espacio y en el tiempo sería inmensa. Aunque solo nos hace falta una pequeña muestra para conocerle un poquito y, en mi caso, admirarle.


Carta Abierta a la Solidaridad – José Saramago

La identidad de una persona no es el nombre que tiene, el lugar donde nació, ni la fecha en que vino al mundo. La identidad de una persona consiste, simplemente en SER, y el ser no puede ser negado. Presentar un papel que diga cómo nos llamamos y dónde y cuando nacimos, es tanto una obligación legal como una necesidad social.

Nadie, verdaderamente, puede decir quién es, pero todos tenemos derecho de poder decir QUIENES SOMOS PARA LOS OTROS. Para eso sirven los papeles de identidad. Negarle a alguien el derecho de ser reconocido socialmente es lo mismo que retirarlo de la sociedad humana. Tener un papel para mostrar cuando nos pregunten quiénes somos es el menor de los derechos humanos (porque la identidad social es un derecho primario) aunque es también el más importante (porque las leyes exigen que de ese papel dependa la inserción del individuo en la sociedad). La ley está para servir y no para ser servida.

Si alguien pide que su identidad sea reconocida documentalmente, la ley no puede hacer otra cosa que no sea registrar ese hecho y ratificarlo. La ley abusará de su poder siempre que se comporte como si la persona que tiene delante no existe. Negar un documento es, de alguna forma, negar el derecho a la vida.

Ningún ser humano es humanamente ilegal, y si, aún así, hay muchos que de hecho lo son y legalmente deberían serlo, esos son los que explotan, los que se sirven de sus semejantes para crecer en poder y riqueza.

Texto: Saramago
Ilustraciones: Ruud Van Empel
Vía: El tío Saín


Añado un precioso trabajo que dejé hace tiempo en el Baúl. La flor más grande del mundo.


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Esta historia nos habla de la importancia de las cosas pequeñas y, sobre todo, de todo lo que nos rodea. Diez minutos para reflexionar sobre la infancia, la naturaleza y la ficción. Porque, ¿qué pasaría si las historias escritas para niños fueran leídas por los adultos?

Dirigido por Juan Pablo Etcheverry. Con la imponente narración del escritor José Saramago y la delicada música compuesta por Emilio Aragón.
La flor más grande del mundo.

Qué vida. JJ miLLás. pintuRas Dan Witz


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Telefoneé a mi amiga Maruja y descolgó el jefe de seguridad de unos grandes almacenes. Mi amiga se había dejado el móvil en un probador. Llamé a Maruja al fijo y le pregunté dónde tenía el móvil. En el bolso, supongo, dijo ella. Búscalo, dije yo. Lo buscó sin hallarlo, entonces le conté, riéndome, que lo tenía el jefe de seguridad de unos grandes almacenes.

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Como notara al otro lado un silencio ominoso (qué rayos querrá decir ominoso) pregunté qué ocurría, y mi amiga me confesó que había robado una falda. Media falda en realidad, añadió, pues estaba rebajada. De repente, el móvil a secas se había convertido en el móvil del crimen. ¿Qué hacer? Telefoneé de nuevo al móvil de mi amiga y volvió a responder el jefe de seguridad. Mi amiga, dije, ha entrado en urgencias y está al borde de la muerte, de modo que me voy a acercar yo a recoger su móvil. ¿Y la falda?, dijo el jefe de seguridad. ¿Qué falda?, dije yo. La que ha robado su amiga, dijo él. Aquí, entre nosotros, dije yo, era una mierda de falda. Pues el móvil es una mierda de móvil, dijo él. Si le parece, dije yo, le devuelvo la falda de mierda, me devuelve la mierda de móvil y aquí paz y después gloria.

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El jefe de seguridad dudó unos instantes, luego bajó la voz, como con miedo a que le escucharan, y dijo que en el fondo él admiraba a la gente como mi amiga. Yo jamás me he atrevido a robar nada, añadió, lejos de eso me dedico a detener a la gente que roba, por lo que me detesto, me odio, no sé cómo he llegado a esta situación, me gustaría devolverle personalmente el móvil a su amiga. Ya le digo que está en el hospital, dije yo. Pero sé que es mentira, dijo él. Total, que esa noche, al salir del trabajo, fue a casa de Maruja a devolverle el móvil. Le llevó también una blusa estampada que era la primera cosa que lograba robar. Y ahora salen juntos, qué vida».

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Dan Witz

Secuencias de títulos. Un aRte de cine


Por supuesto, también admiro el cine, pero como me ocurre con muchas otras cosas, le dedico menos tiempo del que me gustaría. Hoy he tenido una sesión especial, genial, he estado frente a la gran pantalla una y otra vez, aunque nunca he llegado a ver la película.

Pero esa parte del film que nos prepara para lo que vamos a ver después, que empieza a atraparnos en los dos primeros minutos, con imágenes y música inquietantes, esa parte que llaman “cabecera”, que olvidamos una vez empezada la película, que nos dice quién ha trabajado en el proyecto y que tiene un trabajo minucioso, estudiado e inteligentemente elaborado, en algunas ocasiones merece ser visto una y otra vez.

Si os apetece hacer esto os invito a visitar «The art of the title secuence» un espacio y valioso documento dedicado a esta parte del cine tan grande y tan pequeña a la vez.

Os dejo una difícil elección como muestra en distintos estilos.


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Le toca el turno a mi padre


Como ya viene a ser tradición, aquí os dejo otro de los varios y desvariados relatos de Pedro, ese señor murciano de nariz aguileña que dice ser, y no me cabe la menor duda, mi padre.  Las ilustraciones y fotografías que he elegido para el texto son de Alessandro Bavari,

Lo que a continuación voy a escribir, es la historia de una niña. Cuando ésta sea leída, si comprenden que no tiene sentido algo de lo narrado, ruego sepan disculparme, ya que no soy escritor, sino simplemente un aficionado, por cuyo motivo todo lo que plasmo es producto de mi calenturienta mente.

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La vida de esta niña fue tan breve, que un relámpago podría contarla, pero voy a extenderme un poco con el fin de relatar todo lo sucedido.

PASTORA

Nació pobre, en una casa de familia humilde. Apenas fue mayorcita para poderle confiar alguna tarea,  sus padres la enviaron lejos, a la cima de un monte, con una familia que cuidaba un gran terreno, y allí pasó todos los años que le quedaban por vivir.
Su trabajo consistía en cuidar ovejas y cabras, nada más, y esto era un sufrimiento para ella. Se levantaba antes de que naciera un nuevo día, daba igual que lloviese o nevase. En el zurrón le echaban un trozo de pan y un poco de tocino o bacalao y con eso debía alimentarse hasta el ocaso.
El viento de las alturas, el miedo a la soledad, la fatiga de las cuestas empinadas y las zarzas malas, el regreso triste en la oscuridad; todo le parecía tristeza y sacrificio.

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Fue creciendo, todos los que la conocían pensaban que llegaría a ser una hermosa mujer. Pero ella no podía contemplarse en un espejo, ya que carecía del mismo. Su bello rostro se lo contemplaba en los espejos de las aguas y de los charcos que quedaban en los campos después de las lluvias. Sus únicas joyas eran las flores. De las mismas se hacía brazaletes y se los ponía en sus muñecas, al cuello como gargantillas y alrededor de la cabeza como coronas.

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Ninguna música le consolaba el corazón, excepto el canto de los pájaros, y sin embargo le parecía padecer. Soñaba fortunas lejanas e imposibles, fugas al mundo, revanchas contra su suerte.

En invierno había fiestas en la casa, pero ella se sentaba junto al fuego absorta y encantada, y las danzas más alegres le parecían lamentos de almas perdidas, lamentos de cautivos y casi recrudecían su precoz tristeza.

Con el paso del tiempo, ella misma se dio cuenta de que aquellos años pudieron ser felices. Y sólo ahora reconocía que había sido inmensamente feliz.

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Recordaba algunas alboradas límpidas y frías, todas vibrantes de rocío y de gotas, con una luz inocente y poderosa que hacía preciosos hasta los guijarros de los caminos y los troncos expoliados. Recordaba algunos ocasos divinos de otoño a través de los castaños solemnes y de las rocas blancas frente a un cielo que, desde el rosa encendido se desvanecía en el verde desmayado; y las montañas vecinas, altas y negras, parecían orladas de oro viejo.

-¡Recuerdo las praderas floridas rojas, verdes y amarillas, de blancos y azules bajo el claro sol de junio!-se decía a sí misma.

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Recordaba las oraciones y las canciones cantadas por ella en competencia con los vientos sobre las colinas soleadas, los regresos alegres de la misa, el saludo de la luna nueva en las noches cálidas, los saltos de los corderillos destetados, las procesiones de primavera entre el olor de las retamas.

Fué feliz sin saberlo, porque no había sabido serlo….

Demasiado tarde apreció estos placeres, pues pronto una enfermedad le dio muerte. Murió sola sin haber conocido el pecado, ni apreciado la felicidad.

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PedRo


La bohemia

Estas son las manos de mi padre, 84 años manteniéndose bonitas, cuidadas, distinguidas, manos de artista anónimo. Afortunado para la época que le tocó vivir, consiguió estudios de seminario que abandonó más tarde por la vida mundana, pero se los guardó todos y los conserva en una inmensa e intacta memoria.

Músico de oído con armónica, amante de las letras, fotógrafo casual con buenos encuadres, poeta, solitario irónico, divertido discreto. Nuestros paseos de atardecer veraniego, eran juegos de palabras encadenadas, canciones a dos voces, rimas improvisadas… Ahora sé todo lo que esto me marcó. Esto y la nariz, herencia genética de la que se siente muy orgulloso.

En sus 20 años de jubilado, acompañado de una máquina de escribir antigua, escribe lo que pasa por su mente, relacionado casi siempre con la muerte; textos macabros, nacidos de sus visitas al cementerio, donde siempre nos ha llevado alguna tarde de vacaciones, y subiéndonos a hombros nos asomaba al osario para que viésemos lo que somos. Un poco de “locura” ocupaba y ocupa su mente. «Calistrada» la llama él.

En mi última visita a su pueblo de Murcia en el que vive cuidándose a sí mismo, volvimos al cementerio de Mula, donde está lo que fue mi abuelo, para no perder esas buenas y divertidas costumbres. Me pasó unos textos escritos con su máquina, de los que os invito a leer unas letricas.

La descomposición.

…»Una vez anulada la consciencia, mi metabolismo salvaje relaja su actividad por el rápido estancamiento de su fuerza vital. A partir de ahora entramos en lo que podríamos definir como la pérdida de control de la consciencia ligada al poder de decisión sobre el cuerpo. Es ésta, sin duda, la parte más apasionante de la descomposición.

Por una parte las células actúan ajenas a mí, sin recibir órdenes del ningún mando central, con voluntad propia. El cuerpo se divide en tantas partes independientes como células posee. Su misión empieza en el instante preciso en que dejan de recibir energía exterior.

En ese momento saben que ha llegado la hora de mutar a un organismo vivo superior, pues van a dejar de ser simples células para convertirse en larvas con vida propia, bajo un instinto primario que les empuja a sobrevivir (…)

Lo que no llegaré a saber es si las larvas saben que se están comiendo a su creador, este parece un comportamiento cruel, pero admito que es justo y natural, ya que como cualquier ser que acaba de nacer, no posee ningún conocimiento del mundo real mas que los que él mismo experimenta. (…) La vida continúa dos metros bajo el suelo, pues es tu vida la que termina, son sus vidas las que han comenzado.

Ya no siento nada, inhibido, desanimado sigo llorando(…)pero mis párpados desgarrados evitan mantener mis ojos cerrados.


«Hombre apenado porque no puede verse muerto».

Las fotografías «macabras» las hice en esta visita.