Yo cumplí sin proponérmelo la mayor ilusión de mi madre, nacer niña. Cuatro gestaciones completas de las que nacieron mis hermanos niños, más una incompleta de la que no nació una niña. Era su último intento, el quinto completo, y aquí estoy.
Nací pues y me encontré en el que iba a ser mi hogar con cuatro seres del género opuesto al mío que se preguntaban quién era esa criatura por la que su madre casi pierde la vida. Un ser tan pequeño, tan diminuto, insignificante e innecesario, o no, pero que -una cosa estaba clara- era esa niña que su madre siempre quiso tener. LA NIÑA, tras cuatro niños en fila descendente, esa en la que su madre pensaba cada vez que había un intento de gestación, con el cariño justo para que se gestara.

Llegué a un hogar invadido de seres curiosos, acompañada de la ilusión y el agotamiento de mi madre, pero también con la gran responsabilidad de rellenar los huecos que no pudieron cubrir los varones, por la única razón de no ser niñas. Pero he de confesar que no fue complicado, y no lo fue, no, porque esos que son mis hermanos me lo pusieron muy fácil. No tuve más que ser su hermana, aquel ser que apareció un día en sus vidas fue acogido, deseado, amado y respetado, sin un mínimo asomo de esos celos de hermano mayor que ahora se tratan con tanto cuidado. Y así me hicieron su niña reina.
No tengo recuerdos que no desee recordar, desde los lejanos juegos en que los coches eran los protagonistas o la espera escenificada de la noche de Reyes, hasta los primeros cigarrillos furtivos de los que ellos eran mis cómplices…
MIS HERMANOS, con mayúsculas, siempre conmigo, discretos, amigos, invisibles sin serlo, cómplices sin aparentarlo, quizá hasta amándome sin saberlo, provocándome carcajadas con cosquillas o sin ellas, pero sin pedirme precio.

También mis escudos, mis defensas, mis cimientos. Abriendo para mí las ventanas que me ensañaban un mundo para acomodarme en él.
No sé qué, no sé hasta dónde, pero sí sé que están, son. Estaban y siguen estando, me saben y vienen para hacerme reír como antaño, para sentarse a mi lado con una mesa ante nosotros como en aquellos mediodías de sobremesa lejanos, sin más, o acaso una copa, para que todo sea más fácil, y ofrecerme una lona que me proteja de las lanzas que me arrojan los demás, sirviéndome una vez más de escudo, como cuando mis piernas eran dos fideos de Mileto y apenas me defendía sola.
Nos dejamos a un lado con cuidado cuando hubo que dar paso a otras vivencias que protagonizaron nuestras vidas, pero sin esfumarnos. Estábamos ahí, en la espera, a la vuelta de nuestro presente. Con un sólo movimiento de la mirada, volvemos a encontrarnos.
Ahora sé cuánto me importan.

40.400000
-3.683000
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...